Marion Kaufmann: Un libro sabio y bello; y un debut literario a los 92

“Empecé a mirar y tuve la suerte de encontrar mujeres interesantes y activas de más de ochenta años, que tenían un rasgo en común: la curiosidad por saber qué pasa a su alrededor, cómo son las personas con las que hablan, qué libros nuevos fueron publicados últimamente o qué películas vale la pena ver”, dice Marion Kaufmann en el prólogo de su Nosotras, las de 80 para arriba (MTEdiciones).

“La curiosidad nos impulsa a salir de la rutina”.

marion kaufmann nosotras del 80 para arriba pata

Admiro desde la infancia a mi colega, a mi querida tía Marion. A ella le da algo de pudor y vergüenza que lo diga, pero para mí siempre fue un ejemplo de búsqueda de libertad, de sinceridad y precisión en las palabras, en esa mezcla – tan rara de encontrar – de profundidad y levedad en el modo y en las ideas.

El otro día escuché una entrevista que le hizo un canal de televisión por la publicación de su libro, y  ahí estaba todo lo que yo recordaba y lo que le extraño al vivir lejos: a la pregunta de si vivía en el pasado, ahora que tiene 93 años contestaba que claro que no, que vivía en el presente y el futuro. Que la mantiene viva y activa la permanente curiosidad, que lee, viaja, observa, pregunta, se asombra. Que la vejez no es ni mejor ni peor que otras edades, es solo un desafío al que hay que acostumbrarse y vivir de la mejor manera posible, como cualquier otra edad.

En ningún momento cuestionaba las preguntas ni marcaba su distancia con el lugar desde donde la joven periodista, que parecía no haber leído su libro, las hacía. Con sus respuestas, las preguntas parecían inteligentes. Así es Marion Kaufmann.

Desde hace tiempo que viene cocinando “Nosotras, las de 80 para arriba”, sus 18 entrevistas con mujeres creadoras, activas, lúcidas y divertidas. Todas están en una edad en la que, como explica Marion en su prólogo, la sociedad las deja de mirar. A los 50 o 60 las critica o se burla de ellas. A los 80 o 90 ya dejan de existir. Y en su inventario de voces, estas señoras tienen mucho que decir, que enseñar y que compartir.

Sus breves, precisas entrevistas incluyen a varias de las grandes damas de las letras argentinas, como Hebe Uhart, Angélica Gorodischer y Griselda Gambaro; a la líder política y de derechos humanos Graciela Fernández Meijide; a la historiadora del arte Susana Fabrici; a la actriz y cantante Nelly Prince.

Y a muchas mujeres menos conocidas pero igual de fascinantes, como la escultora Vechy Logioio (“El río y el cielo son mi compañía”);  la jubilada-bailarina Sadi Vergona (“Desde que estoy sola, hago cosas que me interesan”); o la profesora de alemán Margot Aberle Strauss (“No me dejo vencer”).

Estas frases, que son los títulos de las entrevistas, muestran el espíritu de estas luchadoras con – no contra – el tiempo, y de la misma Marion. Hizo la mayoría después de cumplir los 90, por lo que era mayor que casi todas sus entrevistadas: para su primer libro publicado no eludió el tema de la vejez, sino que la atacó con una sonrisa y un plan. Vivir a fondo, dejarse sorprender cada día.

Por eso, la mayoría de las entrevistas empiezan con el momento del encuentro, con lo que le llama la atención de la forma en que estas veteranas se mueven, se vistan, hablan, muestran sus casas. “Al entrar en el departamento de Margot lo primero que veo son tortugas”, escribe.

O: “Griselda (Gambaro) me abre el portón; camina con la ayuda de dos bastones muy elegantes (me explicará después que son de Italia), su pelo es blanco; es más menuda de lo que había imaginado y tiene esa mirada serena, a veces un poco pícara, como la de las fotos que salen en las revistas”.

Y sobre Beatriz Comnalez, maestra de pasteleros: “Beatriz vive en una casa en Palermo, a la que entro por una puerta angosta, como las que hacían antes, protegida por una reja de hierro. Mientras la espero, veo un enorme tigre pintado sobre tela de Madrás; encima de un piano, retratos; libros en repisas, sobre mesas y en el suelo; mariposas multicolores bajo un vidrio.”

Tras los asombros, las preguntas. Nunca da por sentado algo, no prejuzga, todas las preguntas son abiertas, quiere entender a la persona que tiene delante. Por eso la lectura del libro, una octogenaria o nonagenaria tras otra, no se vuelve nunca redundante: muchas ideas son similares pero al expresarlas cada una con distintas palabras y desde posiciones y experiencias divergentes, conforman un cuadro ni repetitivo ni contradictorio, sino complejo,.

Y lo que busca Marion Kaufmann es el ejemplo y la diferencia, la razón para seguir ella misma y las causas secretas por las que siguen adelante con tanto ímpetu y lucidez todas estas creadoras y gozadoras de la vida, casi todas las cuales vivieron mucho más de lo que pensaban cuando eran jóvenes y de lo que vivieron sus madres y abuelas.

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Cuando yo era chico y estaba jugando en la vereda de la casa de mis padres con mis amigos, era un regocijo la llegada de mi tía Marion en su Citroën que parecía de lata. Mi tía era divorciada y se había vuelto a casar; viajaba por el mundo con su nuevo marido, su alma gemela. Nunca me daba consejos ni me regañaba: me enseñaba con el ejemplo. Y me contaba de sus aventuras en Sudáfrica o en Israel.

Donde viajaba, recogía historias y entrevistas para publicarlas en el pequeño diario en alemán de Buenos Aires: nunca se interesó por el reconocimiento ni la aturdió la fama. Quería viajar, hablar con gente interesante, traducir obras valiosas del español al alemán y viceversa, entender el mundo. A mi hermana y a mí siempre nos preguntaba por nuestras vidas de una forma que nos hacía querer contarle lo que realmente nos pasaba.

Nosotras, las de 80 para arriba es su primer libro, publicado al borde de sus 93 años. No sé, y a ella no le interesa saber, si es el debut literario más tardío de la historia, como para el Libro Guinness de los Records. Lo único que le interesa en este momento es sumergirse en su próximo libro. Y descubrir nuevos autores y nuevos paisajes.

Destinos errantes de Andrea Jeftantovic en seis cruces de palabras

Se nota en la prosa de Andrea Jeftanovic “la lectura atenta de los clásicos de su tierra, Chile, y sobre todo la voz de los poetas, que brinca y serpentea en su prosa.” Esto dije de su colección de crónicas viajeras Destinos errantes en la presentación en la Furia del Libro el mes pasado. Y en la revista de libros Ojo en Tinta, donde salió publicada ayer mi presentación transformada en reseña.

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  1. Mujer y viajera – Novelista, cuentista, académica de la Universidad de Santiago, estudiosa de la literatura, experta en Damiela Eltit… y viajera. Andrea Jeftanovic pertenece a esa cofradía que mujeres que viajan para contarlo, acompañadas o solas. Y muchos de esos viajes hacia el conocimiento del mundo y de la complejidad de las sociedades actuales están contados y reflexionados en su relato de no ficción Destinos errantes. No es un manifiesto feminista, pero es un valioso autorretrato de la viajera que no pide perdón ni permiso, que se anima en esquinas peligrosas, en países en conflicto, y se encara con los machistas. Los viajeros por muchísimos años eran los hombres: los Ulises. Sus Penélopes los esperaban tejiendo y destejiendo sueños. Esta Penélope viajera se adentra en la Cuba de la postrevolución (Sin embargo, Cuba), por ejemplo, y se acuesta oronda en la cama donde, dicen, durmió Fidel su sueño de la revolución de los barbudos.
  2. Centrípeto y centrífugo – Andrea Jeftanovic lo explica bellamente: viajar es otra forma de leer: leer para mirar el mundo y entenderse a uno mismo. Viajar para cambiar y para encontrarse. Movimiento hacia adentro y afuera. Por eso usa la metáfora de los movimientos con los ojos para afuera, como queriendo salirse de su órbita, y hacia adentro, mirando cada vez con más atención el propio centro. Así viaja al Rio de Janeiro de Clarice Lispector (Los Ríos de Clarice Lispector), a los paisajes y calles y parques de sus novelas y a la forma de mirarse como mujer después de leer a la gran escritora brasileña. Este capítulo de búsqueda del mundo interior de la buceadora de lo íntimo para encontarse en calles ajenas es bello y profundo.
  3. On campus y Off campus – en California, la estudiante Andrea desmelena su cabellera leonina en noches de juerga y música y en clases con famosos académicos. Vivir la juventud y leer hasta desgañitarse las lagañas. Es muy original su relato de la experiencia de alumna universitaria pasando párrafo a párrafo de la vida en las aulas y en las noches (California al desnudo). El lado A y lado B de la vida. La experiencia de estudiar y de vivir como estudiante en su seria y salvaje variante norteamericana.
  4. Palestino-israelí y serbo-croata – En Tel Aviv y Jerusalén hablando con ciudadanos de ambos bandos del miedo en el conflicto eterno de Medio Oriente (El círculo íntimo palestino-israelí). Y en el túnel de Sarajevo, donde transita en el viejo camino para soportar el asedio serbio, obtener comida y medicina y tratar de mantener viva una ciudad que fue encuentro de culturas (Sarajevo underground). Lo hace usando otra estructura original: sumergiéndose en círculos del infierno dantesco. En estas dos zonas dolidas esta descendiente de judíos y de serbios se busca en los orígenes. Su relato se entreteje con visitas a la biblioteca de su barrio, al mundo de judíos y palestinos y serbios y croatas en Chile. Y a un recuerdo de infancia: En el antiguo Club Yugoeslavo, que expulsa a su familia serbia cuando se convierte en Club Croata. Los antiguos amigos de la piscina hoy son enemigos. En vez de lamentarse o insultar, la cronista viaja para entender el origen de esos odios que llegan tan lejos.
  5. Memoria y relato – Dos ermanos ciclistas. Uno detenido desaparecido que alucina con reparar bicicletas tras la tortura: algo tan prosaico y pequeño hace más terrible el horror. Y la escena del hermano, que en la tele de la dictadura aparece entrevistado tras ganar la vuelta ciclística a Chile. Dice que se lo dedica a su hermano desaparecido. La pantalla se va a negro. Como tantas historias mínimas que cuentan las tragedias de países lejanos, esta acerca el silencio escalofriante de la dictadura a los lectores actuales (Pájaros de acero). Es un viaje desde su propio recuerdo de niña de tres años el 11 de setiembre de 1973 para entender el pasado y entendernos en él.
  6. Errante y chilena. En el título del libro se puede intuir una de las identidades de la autora. Aunque se asiente y se asimile y enriquezca la tierra a la que llega, el judío es un ser errante, en constante búsqueda. El viajero en el fondo es un sin patria. Pero Andrea Jeftanovic es siempre y muy cariñosamente chilena. Se nota en su prosa la lectura atenta de los clásicos de su tierra, y sobre todo la voz de los poetas que brinca y serpentea en su prosa. Es desde este fin del mundo, desde este rincón curioso abierto al mar y a la montaña Por eso estas historias de cuatro continentes son historias de una mirada, de una tierra, de una generación, de una identidad que se construye viajando. En Destinos errantes viaja lejos teniendo siempre el terruño propio como faro.