La hora mágica de Chile

La víspera de la convención constituyente alumbra el sueño de un nuevo país

El 4 de julio se reunirán los 155 constituyentes para empezar el arduo camino de escribir la nueva carta magna chilena.

Primero, las advertencias. Va a ser un proceso durísimo, angustioso, donde nadie quedará totalmente satisfecho. No habrá ganadores absolutos: será un texto negociado, donde todos cederán algo. Una constitución, como dicen en Chile desde el inicio de la transición desde la dictadura de Pinochet, “en la medida de lo posible”.

Y el proceso mismo, con las ventanas abiertas, será una pesadilla. Como esas peleas internas hechas públicas que tanto conocen los seguidores del periodismo deportivo: cada día entrenadores, jugadores, dirigentes, representantes y hasta sus padres cuentan ante las cámaras qué se dijeron en cada entrenamiento.

Siempre pensé que con esas paredes de cristal sería imposible ensayar una obra de teatro, por ejemplo, con la directora, los actores, el escenógrafo y hasta la dramaturga opinando cada día ante los medios lo que pasó en la jornada. Los que negociaron la paz en Sudáfrica, en Irlanda del Norte, en El Salvador, dicen que con redes sociales tuiteando todo hubiera sido mucho más difícil.  

Ni me quiero imaginar la agria discusión de cada palabra y las necesarias componendas y pactos de pasillo entre fuerzas contrarias, como pasa en todo proceso de escritura conjunta de un texto unificado, en la era de Twitter, Instagram, los memes, las fotos y frases virales.

Pero eso todavía no empezó. Estamos como en la semana antes de una boda, cuando el príncipe todavía no se convirtió en un sapo. Todo es sueño, posibilidad, potencia.

Estamos en la etapa de celebración de lo que el famoso periodista televisivo e incisivo columnista Daniel Matamala bautizó como una asamblea constituyente “mucho más parecida al país” que las Cámaras del Congreso.

Nos anunciaron a los actores, y es un elenco de ensueño para este drama que todavía no abrió el telón.

El Palacio Pereira en Santiago, sede de la convención constitucional chilena.

En primer lugar, el milagro de lo decidido el 15 de noviembre de 2019, menos de un mes después del estallido social de octubre de ese año. Con las calles en llamas, el gobierno del neoliberal Sebastián Piñera (en su segundo mandato, el único presidente de derecha desde la vuelta a la democracia en 1990) aceptó lo que sin protesta diaria nunca hubiera accedido: reformar la espuria constitución de 1980 pergeñada por un grupo de intelectuales de la dictadura.

En unas maratónicas sesiones legislativas, se aceptó que las mujeres tuvieran paridad en la asamblea, algo inédito en el mundo, y que todos los pueblos originarios reconocidos en Chile tuvieran 17 escaños reservados: siete para los mapuche, dos de los aimaras y uno cada uno para los changos, rapa nui, atacameños, diaguitas, quechuas, collas, kawashkar y yaganes. Solo no prosperó la moción de un asiento para los afrodescendientes.

La pandemia del Coronavirus postergó el referéndum en que los votantes debían aprobar o rechazar el cambio constitucional. Finalmente, el 24 de octubre de 2020, una semana después del aniversario de la revuelta que propició esta reforma, más del 80 por ciento de los votantes no solo aprobó la reforma, sino que, entre una convención mixta compuesta por legisladores en ejercicio y nuevos elegidos, y una compuesta totalmente por convencionales electos, se decantó abrumadoramente por la segunda opción.

Los partidos de derecha que apoyan a Piñera creían que se reservaban el control del contenido de la nueva constitución al lograr que en el pacto se aceptara que cada artículo debía aprobarse con más de dos tercios de los constituyentes.

Así es como este año (tras otro aplazo por la segunda ola del virus) se eligió a los 155 miembros de la asamblea.

Y vino la gran sorpresa: la derecha no llegaba al tercio que necesitaba para bloquear decisiones que acordara el arco que va de la centroizquierda (la ex Concertación de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet) al Frente Amplio, Partido Comunista y movimientos sociales. De hecho, no fue ni la derecha ni la izquierda institucionales los que ganaron la elección, sino los independientes, fruto genuino del estallido del 2019 sin líderes ni pertenencia partidaria visible.

Inédito e insólito: la mayoría de los que se sentarán a escribir la nueva constitución son independientes en un sentido muy distinto a lo son habitualmente los candidatos exitosos de fuera de los partidos.

A diferencia de un Ross Perot, un Donald Trump o la plétora de millonarios latinoamericanos que se lanzaron a la política sin estructura partidaria, apelando a esa mentira de que hacer la campaña con su propio dinero los hace más independientes y menos proclives a la corrupción, estos gastaron mucho menos en campaña que sus contendientes, y no tuvieron el apoyo ni de los grandes medios ni de las estructuras anquilosadas de los partidos,  que con el 2% de aprobación en encuestas, tienen todavía menos apoyo popular en Chile que el devaluado presidente Piñera, los carabineros o la Iglesia.

Fueron las redes sociales, pero sobre todo el trabajo de lucha en las poblaciones, por los derechos humanos, por el ambiente, por las causas feminista, indígena, y el sostenido trabajo intelectual que estos extraños candidatos discutirán la letra y la música de la constitución con los abogados, economistas y ex ministros que presentaron los partidos.

Les doy cinco ejemplos de constituyentes electos, de los que más he seguido desde mucho antes de la campaña.

Primero, un ama de casa luchadora y con ideas claras, que creció desde el bullicio y el jolgorio de los disfraces del estallido social hasta ser vista como representante de las frustraciones y los anhelos del pueblo: junto con el Capitán Pare (por usar este signo vial como escudo) y el Sensual Spiderman, una de las imágenes más conocidas de las protestas era la Tía Pikachu, una señora ataviada con un gigantesco disfraz del más inofensivo de los Pokémon.

La Tía Pikachu será constituyente, y en recientes entrevistas en televisión se muestra como mucho más conocedora de lo que pasa en las calles y en las casas de sus vecinos que muchos encopetados académicos. Muchos votantes empatizaron inmediato con su historia de que su hijo usó la tarjeta de crédito familiar para comprar el costoso disfraz por internet y que cuando llegó el paquete le dio la vuelta al gasto innecesario y se vistió de bicho amarillo para reclamar justicia.

Segundo, entre los siete representantes del pueblo Mapuche, la Machi Francisca Linconao, que pasó años presa por un crimen del que fue declarada inocente. Su autoridad de líder religiosa-social y sabiduría en los conocimientos ancestrales de su pueblo hacen que su pueblo se sienta representado. Frente a siglos de robos de tierras y persecución policial y judicial, los mapuche decidieron creer en esta instancia, y le extienden la mano al estado chileno que tantas veces los engañó.

Y tres periodistas y escritores. Uno es el mediático historiador y divulgador de “La historia secreta de ChileJorge Baradit, un personaje similar a lo que en Argentina sería un Felipe Pigna, un best-seller de la historia no contada en los libros del colegio, desde la independencia hasta la dictadura. 

Otro, Patricio Fernández, el célebre fundador y director por años de la revista The Clinic, que combina humor, escritura creativa e investigación en temas poco tocados por los medios tradicionales, como la lucha de las disidencias sexuales y los abusos contra el pueblo mapuche.

Y en tercer lugar, la periodista de investigación Patricia Politzer, autora entre otros libros de denuncia, de Batuta rebelde, una preciosa y escalofriante biografía del músico y víctima de la Caravana de la Muerte Jorge Peña Hen. Politzer, con una amplia y muy respetada carrera en prensa, radio y televisión, es uno de los nombres que circulan antes de la primera sesión como posible presidenta del órgano constituyente (hay consenso en que sea una mujer). Las otras son la académica mapuche Elisa Lancón y la científica Cristina Dorador. El domingo saldremos de dudas.  

Ninguno de estos, como de más de la mitad de los constituyentes, habían participado en política: hay también más científicos, artistas, médicos y enfermeros, maestros y profesores, agricultores y comerciantes. Los apellidos son representativos del Chile real, no de las familias de la élite.

El perspicaz periodista Mirko Macari apuntó en uno de los muchísimos programas dedicados a hablar de este grupo esperanzador y variopinto que, como hecho inédito, los que se sienten en la mesa larga del Palacio Pereyra (un palacete del siglo XIX que dará magnificencia al debate solemne) “no tienen jefe”. No responden órdenes. Eso es bueno y también peligroso.

Deberán hacer alianzas, ponerse de acuerdo en principios básicos, intentar honrar el sueño de un pueblo que se siente traicionado por las promesas incumplidas desde la vuelta a la democracia en 1990. Pero al mismo tiempo, lograr consensos que unan, que eviten confrontaciones estériles. Dar espacio a lo público para salir de la privatización de todo que instauró y permitió la constitución actual:  volver a que el agua, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, las costas y los recursos naturales sean de todos. Que haya igualdad de derechos y oportunidades. Discutir, saber proponer consensos, pero también imponerse, entendiendo qué batallas son las esenciales.

Todo esto para lograr, como reza el lema más perdurable del estallido social, “que la dignidad se haga costumbre”.

Nos queda poco tiempo hasta que se prendan las luces y apunten las cámaras. Hoy es todo esperanza. Pero no es fácil poner en palabras y en normas los sueños. Se vienen días agitados. Se vienen tiempos fascinantes en Chile.  

Este texto se publicó en el Número 100 de Revista Lento de Uruguay

Olivier Latry, organista de Notre Dame: “Todo músico tiene una dimensión espiritual, aunque no lo sepa”

“Yo acababa de llegar a Viena para dar un concierto y hacer una grabación. De pronto, recibo un SMS de mis amigos en París”, dice Olivier Latry, el organista de la catedral de Notre Dame desde hace 36 años.

Era la tarde del 19 de abril de 2019, y la catedral se estaba quemando.

Latry corrió al televisor más cercano. “Era catastrófico, en la pantalla veía como el fuego avanzaba rápido, era tan doloroso no poder estar ahí”.

Gran parte de la madera de los siglos XIII y XVI fue devorada por el fuego, cayeron la aguja y el tejado. Latry tuvo que continuar su gira con un ojo en las noticias, pero seis días después del incendio, volvió a Paris en tren. Al entrar a la estación, desde la ventanilla del vagón vio, entre los árboles floridos de la primavera parisina, el lado que no se había quemado.

“Era como si quisiera esconder sus heridas con pudor”, dice hoy el organista. Para él Notre Dame es como una persona con actitudes y sentimientos. Es su casa, su refugio. “Estuvo ahí 800 años, nunca me imaginé que podía destruirse”.

Desde entonces espera que reabran su templo. Milagrosamente, el órgano no sufrió daños. “Yo estaba seguro que con el fuego, o con el intenso calor, o con el agua a chorros, se dañarían los tubos. Pero quedó intacto”, dice Latry.

Se anuncia que en 2024 podría reabrirse.

«Yo quiero tocar eso» 

Así cuenta el músico su acercamiento al órgano: “Cuando tenía 12 años y ya estaba aprendiendo piano, me invitaron a la boda de un amigo de mi hermano mayor. Me pidieron que tocara y vi que había un órgano pequeño. Dije: ‘yo quiero tocar eso’, pero nunca lo había hecho. Me cautivó de inmediato. Todas esas posibilidades, esos colores sonoros, poder hacer tanto ruido, tan potente… era fascinante para un niño. Volví a ese órgano cada día… y todavía no paré”.  

Hoy es uno de los más reputados maestros del instrumento más complejo y acrobático. Se toca en cuatro o cinco teclados para las manos más un teclado completo para los pies, que ejecutan su propio baile. Sin embargo, el organista considera que lo esencial de su arte está en el espíritu: “Todo músico tiene una dimensión religiosa, espiritual, aunque no lo sepa”.

Latry nació en Boulogne-sur-mer, donde no había órgano: estudió con el cura de una iglesia cercana, en un conservatorio provincial y luego en la Academia de París. En 1985, a los 23 años se presentó a un concurso para organistas de iglesias parisinas.

“Sabía que quedaba vacante el de Notre Dame tras la muerte de Pierre Cochereau, pero imaginé que contratarían a un veterano de otra iglesia parisina y que yo iría ahí… por eso estaba tan relajado en el concurso. Toqué tres piezas, una de ellas de Bach, y después 15 minutos de improvisación”.

Latry fue contratado con otros tres colegas. Era el más joven. Ahora es el principal.

Desde el comienzo realizó muchas giras por los cinco continentes, grabó numerosos discos (entre otras, las obras completas para órgano de Olivier Messiaen) y brindó conciertos con las principales orquestas de Estados Unidos y Europa, incluyendo dos en Barcelona.

En Europa combina recitales en iglesias y salas de concierto; en Asia, predominan sus interpretaciones en auditorios por falta de grandes templos con órganos de calidad. “Es muy distinto actuar en una iglesia y en un auditorio, porque en los lugares de culto la música está al servicio de la religión. Incluso, en varias el organista da la espalda al público y éste puede cerrar los ojos y concentrarse en la música. En los teatros uno está al centro, es el protagonista”.

Una relación telepática 

Latry piensa que no siempre es bueno ver al ejecutante. Cierta vez, en Los Angeles tocando una obra especialmente abstracta y espiritual de Messiaen, La ascensión, veía que muchos cerraban los ojos para no verlo, para conectar con una región profunda e íntima. Cuando el público no lo ve, el organista piensa que alcanza con quienes lo escuchan una “relación telepática”. 

Una de sus grabaciones en video más audaces se llama Bach to the Future (un juego con el título original de la película Volver al futuro): música de Johann Sebastian Bach en el gran órgano de Notre Dame. Cámaras de última generación, drones y efectos visuales hacen que el espectador vea al organista utilizar con pericia sus manos y pies, mientras las cámaras sobrevuelan la gigantesca estructura, entran por los tubos y las poleas, y se desplazan por la inmensa nave de la catedral iluminada con fantasmagóricos azules, al ritmo de las fugas bachianas.

Es ineludible: Bach está en el corazón de todo concierto de órgano, y el programa de Latry en el Palau de la Música de Barcelona no será la excepción. Pero vendrá con reelaboraciones y visiones francesas de sus obras clásicas y de uno de los grandes compositores románticos para el órgano, Franz Liszt.

Después del complejo Ricercare a seis voces de Bach, el programa incluirá tres obras de Bach arregladas y transformadas por Liszt, por Charles Widor (el conocido coral Wachet Auf), y por Eugène Gigout.  

Hay dos obras del mismo Liszt: junto con su Consolación en Re bemol mayor, una obra suya arreglada y reinterpretada por Marcel Durpe.

Para coronar el concierto, una reinterpretación de Jean Guillou del famoso Preludio y fuga de Liszt sobre las notas si bemol, la, do y si natural, que en alemán se escriben como B, A, C y H, y forman un anagrama musical del nombre del genio de Eisenach.

Siempre algo nuevo 

A Olivier Latry le gustan estos juegos, estas idas y vueltas de influencias e interpretaciones. Cierta vez en plena faena religiosa en Notre Dame interpretó una variación sobre La Marsellesa, para regocijo de los feligreses que identificaron de inmediato la melodía.

“Traigo la escuela francesa de improvisar sobre clásicos. Siempre estoy pensando en algo nuevo, la música debe estar en movimiento, Bach y Liszt usaron muchas melodías del pasado y de otros compositores para apropiarse de ellas y darnos nuevas obras”.

El 20 de junio Olivier Latry llegará muy temprano al Palau de la Música. A diferencia de un pianista o un violinista, dice, el organista debe probar y familiarizarse con el instrumento, hurgar en sus sonidos y secretos, ponerlo a punto. “Es como pasar de conducir un Mercedes Benz a un Jaguar, debes preparar los sonidos y acostumbrarte. Por ejemplo, el órgano del Palau es suave, rico, delicado, de tradición alemana. Un bello instrumento.”

Le llevará entre ocho y veinte horas iniciar una relación personal con este órgano. Ya tocó más de 2.000 conciertos… pero cada vez quiere encontrar el sonido que lo haga vibrar como aquella primera vez, a los 12 años, en el casamiento del amigo de su hermano en una modesta iglesia de Boulogne-sur-mer, cuando ni soñaba que se convertiría en el famoso organista de Notre Dame.

Esta entrevista-perfil fue publicada en Cultura/s de La Vanguardia el 5 de junio de 2021. Latry tocará en el Palau de la Música de Barcelona el 20 de junio.